miércoles, 31 de diciembre de 2008

Expectations.

- Puedo besarte.

- Solo si no vuelves a preguntarlo.

Friedrich.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Invierno + 1.

Mis críticos zarandean
constantemente como
ortigas en la lluvia.


Friedrich

Invierno.

Dos nubes que se besan
se dieron la vuelta
para mirarse.


Friedrich.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Otra noche mas en el bingo.

Pero pasemos. Pasemos a Saturno. Saturno al igual que nuestra luna, cuando se les mira a través de las lentes de aumento, impresionan al profano de una forma que el científico debe instintivamente deplorar y rechazar. Ningún hecho, ninguna cifra, ningún aumento, pueden explicar la irrazonable sensación de inquietud que produce la vista de este planeta en el espíritu del observador. Saturno es un viviente símbolo de tristeza, de morbidez, de desastre, de fatalidad. Su tinte lechoso hace pensar inevitablemente en las tripas, en la gris materia muerta de los órganos vulnerables y seceretos, en las enfermedades repugnantes, en los tubos de ensayo, en las especies de laboratorio, en el catarro, en las mucosidades, en el ectoplasma, en las sombras melancólicas, en los fenómenos mórbidos, en la guerra entre los íncubos y súcubos, en la esterilidad, la anemia, la indecisión, el derrotismo, el estreñimiento, en las antitoxinas, en las malas novelas, en la hernia, en la meningitis, en las leyes que son letra muerta, en la burocracia, en las condiciones de vida de la clase obrera, en el trabajo en serie, reuniones de Apostolado Cristiano, en las sesiones de espiritismo, en los poetas como T.S Elliot, en los fanáticos como Alexandre Dowie, en las curanderas como Mary Baker Eddy, en los estadistas como Chamberlain, en triviales fatalidades como la de resbalar en una piel de plátano y romperse el cráneo, la de soñar en días mejores y dejarse aplastar por dos camiones, la de ahogarse en una bañera, la de matar por accidente al mejor amigo, la de morir de hipo en vez de perecer en el campo de batalla, y así hasta el infinito. Saturno es maléfico a fuerza de inercia. Su anillo, que es tan delgado que apenas pesa, según los sabios, es una alianza que significa muerte o desgracia libre de todo significado. Saturno, sea lo que sea para el astrónomo, es el signo de una absurda fatalidad a los ojos del hombre de la calle. Éste lo lleva en su corazón porque su vida entera, desprovista como está de significado, se refugia en este último simbolo, capaz de darle el golpe de gracia, en el caso de que todo lo demás no pudiera hacerlo. Saturno es la vida en suspenso, no la verdadera muerte sino la ausencia de muerte, o sea la incapaciad de morir. Saturno es como un hueso muerto en la oreja, doble mastoide del alma. Saturno es como un cartel mural pegado al revés y embadurnado con esa pasta catarral que los tapiceros consideran indispensable en su oficio. Saturno es una enorme aglomeración de esas flemas de apariencia siniestra que se expulsan por la mañana después de haber fumado la víspera varios paquetes de tabaco. Saturno es postergación, que se manifiesta como una realización de sí mismo. Saturno es duda, perplejidad, el hecho por amor al hecho, el escepticismo y principalmente la falta de misticismo. Saturno es la exudación diabólica del saber por el saber, la congelada niebla de esa incesante búsqueda que se apodera del monomaniático porque no conoce ni acepta otra cosa que la melancolía; nada en su propia salsa. Saturno es el símbolo de todos los agüeros y supersticiones, la consoladora prueba de la divina entropía, consoladora porque si fuese cierto que el universo camina hacia su destrucción, Saturno se hubiera derretido hace ya tiempo. Saturno es tan eterno como el temor y la irresolución, mas lechoso, mas nebuloso en cada compromiso, en cada capitulación. Las almas tímidas reclaman a Saturno, como los niños piden aceite de ricino que tenga buen sabor. Saturno nos da únicamente lo que le pedimos, ni un gramo mas. Saturno es la blanca esperanza de la raza blanca; esta raza de interminables charlatanes que no cesan de alabar las maravillas de la naturaleza y dedica su tiempo a destruir la mas grande maravilla de todas: el HOMBRE. Saturno es el impostor estelar que se erige en gran cosmócrata del destino, Monseiur de París, verdugo automático de un mundo destruido por la indeferencia. Dejemos a los cielos cantar su gloria, este globo linfático de duda y de aburrimiento nunca dejará de proyectar sus rayos de inanimada tristeza.
Ésta es la fotografía emotiva de un planeta cuya influencia heterodoxa pesa aún con fuerza en la conciencia casi extinguida del hombre. Es el espectáculo mas descorazonador de los cielos. Corresponde a todas las imágenes de cobardía concebidas por el corazón humano; es el único depósito de todas las desesperanzas y derrotas en las que ha sucumbido la raza humana desde tiempo inmemorial. Únicamente se hará invisible el día en que el hombre lo haya sacado de su conciencia.


Friedrich.