domingo, 3 de agosto de 2008

Todo sigue igual.

Quería mantenerme fuera del lumpen, quedarme en Malasaña, allí me sentía cómoda, allí me habían salido los dientes, horas y horas sentada en aquellos insoportables bancos de fábrica recubiertos por delgados cojines de gomaespuma, tan ineficaces, bebía vodka con lima, repugnante pero muy femenino, entonces, cuando hice las primeras risas, las primeras borracheras, las primeras vomitonas, allí viví con él todo el tiempo, en un ático enorme, con las vigas al aire, allí seguía viviendo él, uno de los últimos supervivientes, y mi figura formaba ya casi parte del paisaje, allí mis propósitos podían perfectamente pasar desapercibidos, y aún conocía a mucha gente, a casi toda la gente de antes, éramos muchos todavía , aunque muchos también se habían quedado por el camino, y todos comentábamos lo mismo, como había cambiado el barrio, ya no es igual, aunque quizás los únicos que habíamos cambiado éramos nosotros, todos nosotros, diez, doce, quince años después, los estigmas de la edad, clavas, barriguitas, canas, sujetadores debajo de las blusas, arrugas en la cara, cada noche un poco mas profundas, la carne irreparablemente fofa, cada noche un poco mas fofa, pero éramos los mismos, casi los mismos, nos reíamos mucho, todavía, y, en realidad, la plaza seguía igual, las calles, los bares seguían igual, poco mas o menos.


Friedrich.

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