miércoles, 2 de abril de 2008

La felicidad.

Al quinto día, y también gracia al cordero, me fue revelado por este otro secreto de la vida del principito. Con brusquedad y sin preámbulo alguno, como si se tratara de un asunto previamente meditado durante mucho tiempo, me preguntó:
-Si un cordero come arbustos, ¿comerá también flores?
-Un cordero se come todo lo que encuentra.
-¿Y hasta las flores que tienen espinas?
-Si, hasta las flores que tienen espinas.
-Entonces, ¿para qué sirven las espinas?
Reconozco que no lo sabía. Yo estaba muy ocupado intentando sacar del motor un perno demasiado ajustado. Estaba muy preocupado porque la avería me empezaba a parecer muy grave y el agua para beber ya se agotaba, porque temía lo peor.
-¿Para qué sirven las espinas?
Una vez que el principito hacía una pregunta no toleraba que se la dejar sin respuesta. Irritado por la resistencia que ofrecía el perno, le contesté cualquier cosa.
-Las espinas no tienen ninguna utilidad; son pura maldad de las flores.
-¡Oh!
Y después de un silencio me dijo como con rencor:
-¡No te creo! Las flores son inocentes y débiles, y se defienden como pueden. Se creen terribles con sus espinas...
No le dije nada, en aquel instante me decía a mi mismo: "Si este perno se resiste todavía, lo haré saltar de un martillazo". El principito me hizo distraer nuevamente de mis reflexiones...
-¿Crees en las flores?
-No, no creo en nada. Te he contestado cualquier cosa. Para que te calles. Estoy ocupado en cosas serias.
Me miró asombrado.
-¿De cosas serias?
Me observaba con mi martillo en la mano y los dedos llenos de grasa, inclinado sobre algo que le parecía muy feo.
-¡Tú hablas como las personas mayores!
Sentí gran vergüenza. Mas implacable, añadí:
-¡Lo mezclas todo, lo confundes todo!
Se le veía irritado. Agitaba al viento sus dorados cabellos con sacudidas de la cabeza.
-Conozco un planeta donde vive un señor de color escarlata; jamás ha olido una flor, ni ha mirado a una estrella; jamás ha amado a nadie. Solo ha hecho sumas y restas. Y todo el día está diciendo como tú: ¡Soy un hombre serio, soy un hombre serio!... Esto lo llena de orgullo. Pero no es un hombre: ¡es realmente un hongo!
-¿Un qué?
-¡Un hongo!
El principito estaba pálido de cólera.
-Hace millones de años que la flores tienen espinas; hace igualmente millones de años que los corderos comen flores, a pesar de sus espinas. ¿Es qué no es cosa seria enterarse por qué las flores fabrican unas espinas que no les sirven para nada? ¿Acaso no es importante esa guerra de las flores y los corderos? ¿No es esto mucho mas importante que las sumas de un señor gordo y rojo? Y si yo conozco una flor única en el mundo, que solo existe en mi planeta; si se que un corderito puede aniquilarla sin saberlo, ¿no es esto importante?
El principito enrojeció y añadió:
-Si alguien ama a una flor de la que solo existe una en millones y millones de estrellas, es suficiente para sentirse feliz cuando mira a las estrellas. El se dice: "Mi flor está allí, en alguna parte"... Pero si el cordero se come la flor, ¡para él es como si súbitamente todas las estrellas se extinguiesen! ¿Es esto, o no es, importante?
No pudo continuar y estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído; dejé mis herramientas y el martillo. El perno, la sed, la muerte no me importaban ya un ardite
¡En una estrella, en un planeta, en el mío la Tierra, había un principito a quien era necesario consolar! Lo tomé en mis brazos y lo mecí mientras le decía:
-Esa flor que amas no corre ningún peligro... Dibujaré un bozal para tu cordero y una protección para tu flor... Di...
No sabía como consolarlo, qé decirle. No sabía cómo lograr que de nuevo tuviera confianza en mi. Me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lagrimas!...



Friedrich.

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