miércoles, 9 de mayo de 2007

El imperativo categórico, una poltrona para asnos.

Ya es tiempo que se ponga a la ética en el banquillo de los acusados. Hace varios siglos que reposa en la cómoda poltrona que Kant le asignara: la del imperativo categórico de la razón práctica. En nuestras días , sin embargo, este último es invocado la mayoría de las veces bajo el título no tan fastuoso, sino más llano y ordinario, de "ley moral" [ Sittengesetz], que le permite, tras hacer una ligera venia a la razón y a la experencia, colarse sin ser visto; sin embargo, en cuanto se ha instalado en su casa, no cesa de dar órdenes y dictar disposiciones; y a partir de ese momento ya no le rinde cuentas a nadie. Que Kant, como padre de la criatura, que se había servido de ella para ocultar algunos errores más gruesos, dejara las cosas así, era justo y necesario. Pero presenciar cómo ahora incluso los asnos se solazan en la poltrona que él introdujera y que cada día se vuelve más fofa con el uso, no es nada fácil. Me refiero a los acostumbrados redactores de compendios que, con la tranquila confianza que les insufla su falta de jucio, imaginan que han fundado la ética cuando se remiten a esa ley moral que supuestamente habita en el seno de nuestra razón, y proceden añadirle una prolija y confusa madeja de frases con la que tan hábilmente saben hacer incomprensibles hasta los aspectos más claros y sencillos de la vida; sin que al acometer esta empresa se hayan seriamente preguntado por un instante si tal ley moral se encuentra escrita, cual cómodo código de conducta, en nuestro cerebro, nuestro pecho o nuestro corazón. De ahí que yo no pueda ahora ocultar la satisfacción con que me dispongo a sustraerle a la moral su amplia poltrona, y revele sin tapujos mi proyecto de demostrar que la razón práctica y el imperativo categórico kantianos no son otra cosa que fantásticas conjeturas totalmente injustificadas y carentes de fundamento.


Friedrich.

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