jueves, 3 de mayo de 2007

Semper dicendo, nihil disco.

La barba debería, por ser casi una máscara, estar prohibida por la policía. Además, como es un símbolo sexual plantado en medio de la cara, resulta obscena; de ahí que le guste tanto a las mujeres.
La barba, se suele decir, es connatural al hombre, y es cierto; por eso le resulta muy apropiada al hombre en su estado natural, así como el afeitarse lo es del hombre en su estado civilizado, pues muestra que la violencia animal y cruda -cuyo signo patente para cualquiera es aquella excreencia propia del sexo masculino- ha tenido que ceder ante la ley, el orden y la urbanidad. La barba incrementa la superficie animal del rostro y la destaca: por ello le imprime a éste una apariencia tan marcadamente brutal; !basta con observar de perfil a un hombre comiendo! Alguien hasta dirán que la barba es un adorno; adorno en todo caso desde hace no más de 400 años. La ferocidad y atrocidad que la barba le confiere a la fisonomía proviene del hecho de que una correspondiente masa inerte ocupa la mitad del rostro, precisamente aquella mitad en que se expresa la índole moral del individuo. Además, todo lo barabado es animal.
!Mirad a vuestro alrededor! Incluso como síntoma exterior de la crudeza triunfante podréis apreciar el elemento que siempre la acompaña: la barba larga, esta impronta sexual en medio del rostro, la cual indica que se estima más la masculinidad -la cual se comparte con las fieras- que la humanidad, pues da a entender que uno quiere ser primero un macho, "mas", y sólo después un ser humano. El rasurar las barbas en todas las épocas y países de elevada civilización surgió del acertado sentimiento contrario, es decir, el que lo incita a uno a tratar de convertirse ante todo en un ser humano, y hasata ciero punto en un ser humano in abstracto, relegando a segundo plano la diferencia sexual de lo animal. En cambio, el tamaño de la barba ha ido siempre de la mano del carácter bárbaro, cuyo mismo nombre evoca.


Friedrich.

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